30 agosto 2009

La prueba del laberinto



"Así fue cómo me volví loco.

Y he hallado libertad y salvación en mi locura; la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro." Kahlil Gibran

Apenas había avanzado cinco pasos sobre el laberinto cuando encontró un pergamino con la siguiente inscripción: no descorras el velo. Sonrió. Suficiente gasolina para hacer arder la tea de su curiosidad.

En una encrucijada leyó: tras de la cortina nunca encontrarás lo que esperas. Y en letra más pequeña: no siempre lo alcanzado es lo mejor.

Tomó una derivación a la izquierda por puro azar, pura intuición. Pasillos interminables sin una sola señal, sin una pista que seguir. Torció a la derecha en flagrante oxímoron.

Camino real, el laberinto. Pleno de vacío, escenario del no-hacer, palanca que detiene el mundo, instante de silencio que te hace ser otro. El ángel travieso sonríe con un mohín, pellizco de eternidad contenida.

El tiempo se detiene en las galerías húmedas del laberinto. Se contrae y luego se estira como goma elástica. Pasos en estéreo, ecos sordos de la propia zozobra.

¿Sería grata la fuente si no corriera el agua? ¿El manantial, señero sin el arroyo de oro? ¿La montaña un imán sin regueros de sangre?

Sobre un pasadizo, perfiles furtivos en la penumbra. Mundos sobre mundos, contornos sobre tinieblas. El tiempo retuerce su tic tac contra un fondo de misterio.

¿Hacia el centro o desde el centro del laberinto?

Sobre la roca, escrito con sangre: no existe licor más dulce que la libertad ni brebaje más pesado y asfixiante que los fantasmas ajenos.

En un improvisado altar bebió hasta la última gota de un cáliz de oro bañado por un oblicuo y cortante rayo de sol. De un hontanar cercano se oyó fluir la savia de la tierra en eterno roce con la roca. Había superado la prueba.




26 agosto 2009

Andante ma non troppo

el azul se precipita sobre el camino





matices: los árboles hablan por las hojas




intenso: lluvia de cielo sobre valle y monte



adivina dónde está y te lo cuento




espacio interior





síntesis





arrayanes





huerto solar





sombras, nada menos



Y se quedarán los pájaros cantando...






23 agosto 2009

El héroe y II

Ciudad de Santa Bárbara

Tras recorrer un par de leguas también a mi me dolía todo el cuerpo humano. Acababa de cumplir 15 años y el cansancio hacía estragos en mi, entumecía mis músculos, entristecía mi cara y pintaba sombras en el cielo azul orlado por el humo de los coches.

Avanzaba por la carretera hacia la populosa ciudad de Santa Bárbara con la esperanza de encontrar un nuevo mundo lleno de oportunidades. En un repecho había aparcado un camionero su trailer y me preguntaba con gestos si quería irme con él. Decliné la invitación y proseguí mi camino acunado ahora por la tibieza de los rayos del sol.

Al llegar la primera noche acampé bajo unos chaparros. Acomodé mi mochila después de retirar de ella la linterna que guardé en mi mano y al poco rato caía en un sueño profundo.

Yo ascendía con paso firme por una carretera secundaria y poco transitada que había junto a una gran autopista de quince vías camino de Santa Bárbara. Por detrás de la catarata de luces emergían de la niebla las primeras casas de estilo español. Junto a uno de aquellos señoriales bungalós me detuve a comer algo. Con dificultad abrí una de mis latas. Alguien desde el porche me observaba. Su silueta emergió desde la penumbra. Al fin me habló: ¿qué haces, chaval? ¿adónde vas? Esperaba ese tipo de interrogatorio, así que contesté como quien sigue un guión: voy tras un sueño. Sonrió: ¿a estas horas? Comía algo por lo que las palabras salían con dificultad de su boca. Aproveché y añadí: quiero ser famoso. Ah, era eso, masculló. Escúchame bien, muchacho: No persigas la fama ni el poder; si alguna de esas bestias llega lo hará de todas formas.

Emprendí la marcha entre sonrisas. También busco el amor, dije entre dientes ya medio vuelto de espaldas al desconocido. El hombre se apoyó en la balaustrada y con un sedimento de tristeza en la voz añadió: el amor es como un anillo que acaricia con su abrazo todo lo que toca: para conocer el amor debes amarlo todo. Y enumeraba las cosas que debía amar: esos chaparros, el camino que te lleva por estas colinas, la gente que encontrarás a tu paso, aventureros como tú en esta mágica tierra, el perrillo afónico que llora su soledad, las alamedas de suave música, las puestas de sol que embelesan el alma. Y siguió con su letanía mientras yo me adentraba en el laberinto de casas bajas de Santa Bárbara. En un cruce, de pronto, un coche se precipitó contra mi y…

Me despertó el fogonazo de luz de una linterna. Me llevé una impresión extraña al ver la mirada severa de mi padre que terminó de aclarar mis dudas. Junto a él mi hermana sonreía con un ¿otra vez? Y me terminó de matar su pregunta: ¿cómo tienes el cuerpo humano? No quise mirar más caras pero estarían todos los demás partiéndose de risa. ¿Qué había fallado? Comprobé que mi mochila seguía allí y también la linterna permanecía en mi mano.

Maldita sea, apenas me había desplazado unas pocas leguas…






22 agosto 2009

El héroe

Un cuento breve


¿Por qué cuando eres pequeño todo te parece grande? Al menos a mi me ocurrió. Grande o alto, y el paraíso quedaba muy lejos. Cuando uno crece se acortan las distancias pero ese lugar mítico llamado paraíso sigue estando lejano.

Aún no había cumplido los ocho años cuando me escapé de casa por primera vez. Todavía oigo a mi madre gritar desde el balcón: ¡Pipo, vuelve!, ¿Adónde vas? ¿Acaso lo sabía yo? Por aquel entonces yo estaba como una puñetera cabra, atento nada más que a mi propia colección de fantasías que me auguraban las mil y una aventuras en algún recóndito lugar.

Recuerdo que era martes y que me desperté muy temprano tras una noche de pesadillas en la que no dormí casi nada. Cogí mi libro favorito, “el héroe”, que así se llamaba, y eché a andar por la senda que comunica nuestra casa con la de mi amigo Pablo con la intención de dirigirme desde allí rumbo a alguna parte. “El héroe”, ¡qué recuerdos! Era un librito minúsculo de no más de un par de docenas de páginas con muchos dibujos y muy pocas letras. Es el único libro que he leído entero, eso sí, unas cientos de veces a lo largo de mi vida. Nunca me gustaron los libros voluminosos. Si volvía triste del colegio, allí estaba mi libro que se dejaba leer en dos o tres minutos, ni uno más. De cabo a rabo. Algunas veces me demoraba mirando la tapa, con la emoción en el rostro, y volvía a leerlo.

El héroe contaba las aventuras acaecidas a un niño al que su padre le pide que le traiga sus zapatillas del dormitorio. Para llegar a él debe atravesar todo el largo del pasillo. Transcurría la acción, pues, en el tramo que va desde el salón, junto a la puerta de entrada, al dormitorio, a través de un recodo en penumbra donde acechaban los peligros más inauditos para el padre de Andrés, que así se llamaba nuestro héroe, que ignoraba de todas, todas que ese corto espacio de la casa, esquivo y huidizo, pudiera albergar dos amenazantes espías con gabardina y gafas de espejo; un león enorme y fiero, amén de una trampa debajo de la alfombra que había delante de la habitación de sus padres por la que se precipitaría en un pozo oscuro y profundo si no andaba con cuidado. El valiente niño sorteaba todos los peligros con éxito y al final se felicitaba de sus progresos hasta convertirse en un héroe.

Ya estaba en la calle ¿y ahora qué? Mi resolución menguaba por momentos y cuando había andado unos cuarenta pasos o así en dirección a la casa de mi amigo Pablo me detuve en seco y di media vuelta. Como a eso de unos cien metros dos ojillos curiosos me observaban sin parpadear. Era mi hermana pequeña que miraba con asombro sin saber ni qué decir ni qué hacer. Otra valiente. Siempre repetía una frase que a mi me hacía mucha gracia; decía, me duele el cuerpo humano. Ya sea que le doliera la cabeza o el estómago o se arañara una pierna, le dolía el cuerpo humano. Recuerdo un día en que no teníamos ganar de ir al colegio y a mitad del camino nos quitamos, no sin dificultad, un diente cada uno para tener una buena coartada para volvernos a casa. Al final no se tragaron la excusa y nos quedó un sedimento de tristeza por el tanto daño sufrido para tan poco provecho. Mi hermana se quedó todo el día repitiendo su queja por los rincones: me duele el cuerpo humano. En fin, travesuras. ¿Qué niño, pudiendo jugar, querría ir al cole? En la puerta de casa me esperaba mi madre con los brazos cruzados y una media sonrisa entre socarrona y condescendiente. Me dio un abrazo y me preguntó si quería un zumo de naranja. Hacía esfuerzos por disimular la risa. Así no hay manera de que lo tomen a uno en serio.

En resumen que ese fue todo mi vuelo la primera vez que me escapé de verdad de casa. Digo de verdad porque pensarlo lo había pensado muchas otras veces pero nunca había tenido el valor, el arranque y el arrojo suficientes para echar a andar siguiera unos pasos. Para terminar de arreglarlo cuando volvió mi padre nadie reparó en chivarle que me había ido de casa y por lo tanto mi padre no me llamó aparte para reñirme o contarme cómo él cuando era pequeño también, una mala tarde, se marchó de casa y bla, bla, bla. De tal modo que mi primera experiencia fue un completo fracaso del que quedé dolido por unos meses.

Pero llegó el día, ahora sí, en que decidí poner en práctica mi plan largo tiempo urdido. Esta vez no fallaría; no podía vivir ni un minuto más con esa sensación de nenaza, para lo cual me organicé todo muy bien sin dejar ningún cabo suelto. De manera que madrugué más de lo que el frío invierno aconseja y antes de despuntar las primeras luces ya estaba yo en la senda adecuada pertrechado con una mochila en la que había ido acomodando algunas cosas que creía me harían falta, al menos para los primeros días de mi marcha: una linterna, unas latas de conserva, unos botes de coca cola, ropa de abrigo y un cuaderno y un bolígrafo para anotar todo lo que me ocurriera en mi caminar por esos mundos de Dios. Todos dormían en casa y algunos hasta roncaban así que cuando fueran a echarme en falta estaría ya a muchas leguas de allí. Lo de leguas lo había escuchado en los cuentos que mi madre me leía de pequeño y me gustaba mucho y me parecía de más fuste que kilómetros.

(Continúa)

18 agosto 2009

Verano

En algún lugar en el triángulo de confluencia Almería-Granada-Murcia


Todos los árboles han sido alguna vez vencidos por el viento

Los álamos hablan por las hojas. El viento coquetea con las ramas de los árboles y juntos susurran sus canciones y seducen los oídos ávidos de noticias de los caminantes.

Por abajo, las raíces humedecidas por el beso del agua empujan el árbol hacia arriba, verde esmeralda contra azul rubí. Es inútil alcahuetear qué fue antes si el susurro o el beso. El árbol se entera de muchas cosas escuchando la romanza que el viento le compone desde el pasado remoto.


14 agosto 2009

El desierto de Sonora

Desierto de Sonora


El tiempo dormitaba entre las agujas del reloj de la plaza mayor de Sonayta en Sonora. Un aire espeso dificultaba la respiración de cada uno de los que formábamos el grupo de aventureros que ahora nos disponíamos a adentrarnos rumbo a algún lugar impreciso del desierto.

Dunas infinitas se desplegaban ante nuestros pies bajo un sol abrasador y vientos implacables conferían al entorno su aspecto de abandono y desolación, a pesar de lo cual nos encontrábamos en el lugar adecuado para las experiencias que nos prometíamos.

Un experto en viajes de aventuras nos había congregado en el desierto de Sonora desde las cuatro esquinas del planeta. El único requisito era compartir la misma lengua. Ninguno de nosotros no habíamos visto antes. Nunca lo olvidaré, nos alojamos en el motel “Sol del Desierto”.

Aunque el grupo lo formábamos dieciséis personas, el protocolo del viaje establecía que cada uno de nosotros debería girar hacia un punto diferente en el inmenso arenal mientras el experto nos esperaría en el motel. Así lo hicimos. En menos de quince minutos quedé solo en un mar de arena y lo mismo les ocurrió al resto de compañeros de aventuras, condenados a dispersarse entre las grietas, los peñascos y la arena. Y allí permanecimos durante todo el día.

Al atardecer debíamos volver a Sonoyta. Mientras nos dirigíamos al “Sol del Desierto” pude comprobar por los rostros de mis compañeros que la jornada había transcurrido de lo más anodina e insulsa.

Y entonces ocurrió. Poco antes del crepúsculo lo vi, era él: moreno, robusto, ojos oscuros, sonrisa abierta, cabello negro y aspecto inocente. Contuve la respiración cuando le vi caminar a mi lado. Lo sorprendente es que, al poco rato, se abrió en la calle un amplio haz de luz en un espacio de varios cientos de metros lo que producía una claridad de ensueño. Anduvimos en paralelo como unos doscientos metros y luego desapareció como había venido.

Al llegar al motel vimos un coche de policía en la puerta y una ambulancia se llevaba en ese momento un cuerpo sin vida. Había habido un asesinato y el finado era el experto que nos congregó. Hicimos las maletas y nos marchamos sin cruzar palabra.


P.D. A la memoria de Carlos Castaneda

10 agosto 2009

Muerte de un bloguero

Intrablog

Villa bitácora era un hervidero de rumores. Los luctuosos acontecimientos acaecidos días atrás enfrentaron a los nuevos navegantes del ciberespacio con la menos indubitable de las verdades: en la red de redes también se muere. El exitoso blog Sombras en el Silencio que conducía con mano segura el bloguero Ulises llevaba unos diez días varado en el océano de los blogs sin recibir ninguna nueva columna y esto alarmó a lectores y curiosos. Se trataba de un blog especialmente activo que sin aviso previo ni motivo estacional aparente había dejado huérfanos a sus numerosos lectores de las reflexiones que aparecían con un ritmo de una cada dos días, incluso en el periodo vacacional. Algo había ocurrido si bien nadie sabía a ciencia cierta qué.

Plinio, otro bloguero amigo de Ulises aventuró desde su propia bitácora una explicación que pretendía tranquilizar pero que provocó el efecto contrario y acrecentó la inquietud entre los seguidores. Según la misiva de Plinio, ambos amigos habían formulado meses atrás, entre veras y risas, un protocolo de actuación para imprevistos que consideraba la eventualidad de una desaparición repentina de alguno de ellos que les impidiera avisar desde su mismo blog del fatal desenlace. Ambos blogueros habían dispuesto la que sería su última entrada al blog, algo así como un epitafio programado en caso de fuerza mayor y que saldría a la luz el último día del mes, tras el aciago suceso. Si se cumplía la fecha señala sin contratiempo alguno era desactivado y programado para el siguiente fin de mes y en paz. De ese modo si uno de los dos amigos desaparecía de pronto, la ruleta rusa se pondría en marcha de manera implacable y en el plazo estipulado aparecería publicada en su blog la particular necrológica que informaría a sus lectores. Técnicamente era posible hacerlo y así lo acordaron para tenerlo todo bajo control.

Diez días les separaban del fatídico 31 de agosto y la bitácora Sombras en el Silencio permanecía enredada en algún laberinto del tiempo. Por más que lanzaran un SOS a través de los buscadores y redes sociales no hubo manera de averiguar el destino de Ulises. Los días de plomo no auguran nada bueno a pesar de ciertos rumores que hoy juraban haber visto a Ulises en Argentina y mañana lo ubicaban en Nueva York.

A las cero horas del día uno de septiembre miles de pantallas de ordenadores de todo el planeta amanecieron con el penumbroso icono del blog Sombras en el Silencio. Plinio, más inquieto que de costumbre a esta hora había dedicado todo el día a merodear por el blog y a marcar el número de teléfono de Ulises que le devolvía siempre el típico retintín de apagado o fuera de cobertura.

La pantalla parpadeó de pronto y la presentación inicial cambió. Plinio contuvo la respiración. En el lugar de una simple entrada de texto apareció un fundido en negro del que brotó un minúsculo contador que se agrandaba vertiginoso desde el cero al cien. La pantalla suavizó su color y desde el ángulo izquierdo hasta ocupar por completo el recuadro se fue dibujando la cara de Ulises, con sus sonrisa pícara del que cree que no tendrá nunca que dar semejante noticia. Y comenzó a hablar de forma pausada:

Queridos amigos: si estáis viendo esto, -balbució entre sonrisas contenidas-, es porque lo que viene a continuación es una mala noticia: hace horas, días o semanas que ya estoy definitivamente fuera de cobertura, -y se miraba las manos con incredulidad. Y añadió: Internet, milagro virtual, también tiene prevista una despedida virtual. Y aquí está. Seré breve.

Hubo unos cuantos cortes de realización y apareció de nuevo la cara de Ulises que ahora desde un primer plano denotaba un mayor control de la tesitura. Prosiguió: en primer lugar quiero daros las gracias a todos los que me habéis leído todos estos años. Esta será mi última entrega de una serie de retazos de mi propio rompecabezas. Como bien sabéis, -ahora hablaba desde un primerísimo plano que agrandaba sus ojos-, donde voy estaré para siempre fuera de cobertura. Esbozó una mueca que terminó por imprimir a su cara un rictus de tristeza. Al fin extrajo una sonrisa de algún lugar impreciso de sí mimo y la dejó correr por su cara como cuando se llega al clímax en una representación teatral. Alzó su brazo, esbozó una amplia sonrisa pronunció un adiós emocionado y saludó sin convicción con la mano.

Y así quedó su imagen congelada en la pantalla.

Plinio había permanecido electrizado durante todo el tiempo que duró la alocución de Ulises. Todo queda bajo control, se oyó murmurar mientras las primeras lágrimas anegaban sus ojos. El sonido estridente del teléfono lo sacó del hoyo. Era alguien de la familia de Ulises; Carlos Fernández, que así se llamaba el tal Ulises había sufrido un accidente de automóvil y yacía en una silla de ruedas con las facultades disminuidas. Sólo acertaba a preguntar de cuando en cuando como un estribilo agónico: ¿qué día es hoy?


Nota: Relato de ficción en recuerdo a los blogueros que se fueron. A la memoria de Ángel que falleció recientemente. http://perrosyperreros.blogspot.com/


06 agosto 2009

Tenemos un problema

De la Tierra a la Luna

Cualquier carretera te lleva hasta el fin del mundo. Pero cualquier carretera, si se la sigue toda hasta el final te devuelve al mismo punto de partida. De manera que el punto de partida es ese fin del mundo que íbamos a buscar. Carlyle

Quise sondear la luna hasta llegar a sus confines impenetrables. Iluminar su cara oculta, explorar sus cráteres que tanto han fascinado al mono pensante desde las primeras luces. Andar por sus crestas, bajar hasta sus ignotas simas. Vagar por las llanuras que los antiguos creyeron mares, senderear por sus interminables montañas. La Luna.

Tenemos un problema con la Luna. Para empezar el lunes es el día de la semana dedicado a la Luna y no es el más querido en la Tierra que digamos. Tenemos un problema, sí. A pesar de lo que diga la NASA hay ya más humanidad viviendo más tiempo en la Luna que en la misma Tierra. Y esto no es nuevo. Tú y yo hemos estado ya en la Luna muchas veces sin necesidad de costosas misiones espaciales y si alguna vez no te descuelgo el teléfono es porque en ese instante estoy alunizando. No te enfades, pues.

Tenemos un problema con la luna: desde las atalayas de su suelo polvoriento es desde donde mejor se ve el planeta azul, nuestra doliente Tierra. Vamos allí para añorar aquí. Y en esta orilla dormimos acunados por la Luna.

Dicen los astrónomos que la Luna se aleja unos cuatro centímetros de la Tierra cada año y que está destinada finalmente a desintegrarse. Nos huye. Tras millones de años de servicios a la Tierra, la Luna se perderá como gota de lluvia en el océano, como piedra pequeña en el pedregal, como nube liviana en el azul.

Tenemos un problema con la luna, ¿quién acunará las esperanzas?


03 agosto 2009

Entrevista de trabajo


Estaba nervioso, para qué iba a negarlo. Mis compañeros me decían, tú tranquilo. No pasa nada. Los nervios sólo los sientes tú, los demás no tienen por qué percibirlos. Ten calma y dominarás la situación.

Era muy sencillo de decir para quienes no tenían que cruzar semejante raya. Cuando uno se juega el futuro en una entrevista de trabajo no es cosa de tú tranquilo que no pasa nada.

Respiré profundo. A ver, recomendaciones a tener en cuenta cuando uno se encuentra ante un trance así, pensé, y me puse a repasar todos los vídeos y libros que hablaban del asunto de manera detallada. Lo primero es el currículum, ¿lo has preparado a conciencia y redactado de acuerdo al puesto al que optas? escuché que decía alguien desde la pantalla. Mientras yo quemaba mis nervios frotándome las manos pude escuchar las advertencias sobre la comunicación no verbal y el cuidado que había que tener con el mensaje oculto involucrado en un gesto inoportuno. Mucho ojo con llevarse la mano a la boca o a la nariz, decían. Tampoco está bien cruzar los brazos y quedarse como un pasmarote. No te sientes en el borde de la silla ni deposites ningún objeto personal sobre la mesa.

Faltaban diez minutos para la entrevista y yo estaba cada vez más inquieto. Cinco minutos después entró María: acaba de llegar Silvia Reinosa. Dile que pase, me oí decirle. Entró y apenas pude articular palabra: ¿es usted Silvia? balbucí. La misma, aquí estoy a su disposición, pero siéntese, por favor, dijo ella resuelta. Supongo que es usted Juan Martínez. Asentí con un gesto de cabeza y proseguí: es la primera vez que realizo una entrevista de trabajo, sabrá disculpar mi torpeza, Silvia. No se preocupe, tranquilícese, añadió ella.

A ver, Silvia. Estamos buscando una persona que sea capaz de organizar esta oficina, que lleve la agenda de trabajo, que atienda las llamadas y esas cosas. Hábleme de su experiencia laboral. Silvia juntó sus manos formando una pirámide con los dedos sobre su boca con las puntas muy cerca de la nariz y rompió a hablar. Mire, le seré sincera: no voy a la caza de un puesto de trabajo; lo que en realidad busco es el trámite de una ocupación que me procure seguridad; en cuanto al empleo, no se preocupe, tengo sobrada formación y experiencia y sabré adaptarme a él.

Quedé sorprendido por esa entrada; no me esperaba algo y así y las palabras de Silvia me dejaron totalmente descolocado. Ella se percató de mi desconcierto y esbozó una sonrisa que pretendía infundir confianza.

Bien, -acerté a articular, -como sabe soy el responsable de recursos humanos y… Silvia susurraba para sí mi nombre. Mire, Juan: ni usted ni yo podemos perder el tiempo, así que vayamos al grano: su empresa, si no recuerdo mal, ofrece 13 pagas, un mes de vacaciones, dietas y desplazamiento. Pues entonces, no se hable más, el puesto es mío, dijo y se puso en pie. Espero que sabrán estar a la altura.

Gracias, -Acerté a decir,- ha sido más fácil de lo que pensaba. Muchas gracias, Silvia. ¿Ve cómo no era para tanto? Añadió segura. ¿Cuándo empieza? Le grité mientras desaparecía por el pasillo. Mañana mismo, dijo. Mañana a las 9 nos vemos, la oí decir mientras se alejaba hacia la puerta.

Los nervios se habían esfumado definitivamente y respiré tranquilo. A fin de cuentas no fue para tanto.


01 agosto 2009

Voces en la noche

Jóvenes en una ciudad de noche


Las sucias calles de los arrabales culebrean hacia el centro ceñidas en volutas de asfalto. La luna miente luz y un perrillo afónico husmea las basuras con la esperanza de encontrar algún resto que mitigue su hambre antigua. Voces confusas como gritos al amanecer se oyen aquí y allá.

Es el despertar de un domingo cualquiera. La ciudad espabila sus legañas y algunos coches conducen perezosos a sus dueños hacia el turno de guardia. Los pajarillos desparraman sus trinos por parques y estaciones pidiendo su pitanza y se inicia otra vez la puesta en marcha de la rueda de la vida.

Las sucias calles de domingo se vuelven vómitos en los soportales del centro, refriega del sábado noche, reino de la danza y el furor. Caras anónimas se rehúyen sin mirarse dormitando aún su desgana. Manguerazos inmisericordes de los servicios de limpieza disuelven la espelunca nocturnal.

Ya clarea y la brisa del mar se cuela por las ventanas abiertas de los apartamentos y levanta de las camas a los veraneantes hacinados en sus dormitorios.

Las voces se hacen más audibles en mercados y plazas y el silbato de un guardia pone en pie definitivamente a la ciudad dormida.

La ciudad vierte al mar a los veraneantes que sorben rayos de sol a treinta y cinco grados a la sombra desparramados por la arena de sus alegres playas.

Llegó agosto.